jueves, 27 de septiembre de 2007

¿vacío?

Empecé a escribir este blog tratando asuntos de familia, del pasado. En definitiva, de mi historia. Este verano, mi amiga María me habló del peso de mis antepasados en mi vida, de cómo se arrastran historias inconclusas de una generación a otra hasta que alguien se enferma o se enfrenta a ellas.

He escrito sobre mi árbol genealógico y he contactado con mi necesidad de saber sobre lo que les aconteció a los que me preceden. Todos vienen de un pueblito cerca de Mérida donde pasé largas temporadas en mi infancia, en su mayoría muy placenteras.

Soñé con que iba para el pueblo, que en mi sueño estaba situado en un vergel en lugar de un secarral. Por doquier había palacios, catedrales, soportales, grandes escalinatas. Era como un pueblo noble de Portugal, algo así como Coimbra.

Eran la fiestas del pueblo y las plazas, bellamente decoradas, estaban rebosantes de gente que bailaban, bebían y comían. También había espectáculos teatrales y conciertos. Estuve en uno de ellos que no recuerdo porque lo más que pude era mirar a mi tía Paula que estaba sentada en primera fila y me sonreía.

Decidí volverme a Mérida en autobús y pregunté varias veces a qué hora salía y de dónde, mientras empujaba un carrito de supermercado vacío del que me había acompañado durante todo el paseo por el pueblo. Sin embargo pasé por delante de la casa de mi tío Eduardo y no entré. Es más, me encontré con su mujer, con María Antonia y me hice el sueco. Ella también me ignoró con poca delicadeza.

Cuando desperté tenía la sensación de haber estado empuñando algo y recordé el carrito vacío. ¿Cómo se puede haber estado en un pueblo tan rico y volver con las manos vacías?. Bueno, no tanto. Al menos me despedí de mi tía Paula, que murió no hace mucho y guardo un buen recuerdo de ella, a pesar de que mi madre la tachara de ingrata y nos hiciese retirarle la palabra.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

pantalones mágicos

Es extraño haber soñado con mi tío Avelino de nuevo en tan poco tiempo. No recuerdo que me haya sucedido más de tres o cuatro veces en mi vida.

En mi sueño yo estaba en Río de Janeiro con mi socio. Río era muy parecido a Ávila y mi socio se transmutó en mi tío, que me llevó a su casa. Eran pobres, vivían todos en una habitación ocupada por colchones tirados en el suelo y sin sábanas. Sin embargo me ofrecían todo lo que tenían con agrado.

Mi prima me trajo un té caliente con tropezones de jamón cocido que me sabía a gloria y cuando fui a dejar el cuenco sobre la mesita vi un paquete de tabaco con el nombre de mi hotel y un slogan: “ACABARÉ TROPICAL”. Eso me recordó que yo estaba allí para trabajar y que tenía que volver al hotel.

En el camino me volví a despistar entrando en una tienda de chinos que tenían pantalones de deporte muy chulos. Había de todas clases, tallas y colores y no podía elegir ninguno. Mi sorpresa era que cuanto más tardaba en decidirme –y no me decidía nunca- menos pantalones había. Se esfumaban con el tiempo. Salí de la tienda muy enfadado porque al final solo había dos pantalones para elegir y ninguno de mi talla.

Al despertarme recordé que Avelino era también el nombre de mi primer amor, éste del que hablaba hace un par de días. También recordé la cara de Guilherme cuando me dijo una vez que no sabía estar –qué razón tiene, me cuesta mucho estar a una cosa: o de ocio o trabajando- y asocié los pantalones que desaparecían con los muchos contactos que hago con futuros ligues que se acaban esfumando porque no me decido.

De cómo, en ocasiones, afronto mal mis responsabilidades no hablo.

martes, 25 de septiembre de 2007

herramientas

Soñé que era el día después de mi cumpleaños, y como ha sido habitual en los últimos siete años, caminaba por Madrid con mis amigos, despidiéndolos con una resaca de consideración que venía a ser tristeza y angustia en un día lluvioso y gris de noviembre.

Paseando por Cánovas del Castillo, debajo de una gran arcada vi una librería-almoneda que me llamó la atención y entré con Nieves mientras los demás esperaban fuera. Estaba buscando un libro de Oscar Wilde que se titulaba algo así como “Tratado de…” y Nieves me seguía, buscando también algo.

Me emocioné mucho con un tesoro que descubrí en la tienda: una escalera secreta que bajaba hacia algún lugar que nadie conocía. Llamé a Nieves muy agitado y bajamos sin dudarlo. Efectivamente lo que vimos era una librería inmensa y preciosa. Maravillosas lámparas de cristal colgaban del techo, los suelos eran de mármol gris y blanco y cientos de miles de libros reposaban intactos en centenares de mesas de suntuosas maderas que nos dejaron sin aliento.

Apenas podía detener mi vista en algo de tanto asombro cuando Nieves me tocó en el hombro. Al voltearme la vi sonriente ofreciéndome un libro como regalo que acepté con mucha emoción. Era un libro antiguo pero perfectamente conservado, de pastas de piel trabajada. Era misterioso y desconocido para mí y para mi amiga, que parecía ser una mensajera.

Al abrir el libro me quedé estupefacto. Eran páginas de piel gruesa que sostenían herramientas: pinzas, martillos, alicates, tenazas…No sabía bien qué decir solo que me parecía que me serían de utilidad y que me pareció un regalo realmente valioso.

No recuerdo más del sueño.

El domingo me recomendó Isabel un libro que me dijo que me sería de gran ayuda. Los libros, en general, me han servido de mucha ayuda en mi vida, pero éste que me recomendaba ella se titula “Familias dolorosas”

lunes, 24 de septiembre de 2007

sálvame

He comprado otro detergente para lavadoras que hace que mi ropa huela como él. Y así he empezado este lunes, recordando que tuve un amor siendo muy niño, apenas trece años. Él era el chulito de la clase y yo el mariquita.

Aunque tenía sólo dos años más que yo era un hombrecito que apuntaba maneras de galán de barrio. Era muy atractivo y despilfarraba una energía que nunca se agotaba.

Yo estaba loco por encontrarme con él, siempre estaba preparado para un encuentro. A veces intentaba por todos los medios que eso sucediera, aún a sabiendas que mis esfuerzos serían en vano. Y era muy feliz cuando él era quien me buscaba, lo que sucedía con bastante frecuencia aunque tuviese la fantasía de que yo era quien estaba siempre disponible. Eso tenía su sentido, él no era homosexual y yo sí. Para él era un jugo placentero y fácil que, una vez pasado no tenía más importancia, para mí era mi amor y mi condena, ya que, al separarnos, me culpaba por todo y pedía a dios que me librase de ese tormento, que me enamorase de una mujer o que me mandase un mensaje y, mediante cualquier penitencia dolorosa, me volviese normal.

Nos besábamos y acariciábamos con mucha pasión y nos procurábamos mucho placer uno al otro. Él fue que me besó en la boca por primera vez y de quien escuché por primera vez un tequiero.

Un día que fui a buscarlo me dijo que se acabó, que tenía novia. Fue en su portal y fue mucho más delicado de lo que cabe esperar en un chico de su edad. Me abrazó y me besó. Caminé hacia mi casa cuando donde en realidad quería ir al infierno y acabar con todo. Él se había salvado y a mi sólo me quedaba seguir cargando con el castigo de que me gustasen los hombres. No me daba cuenta de que el daño peor no era ese sino que ya no me quería, que me habían abandonado.

He soñado muchas veces con él. Son sueños sexuales en los que siempre me estoy escondiendo, en los que siento que abuso o me siento abusado, donde apenas hay ternura y por supuesto no hay orgasmo.

viernes, 21 de septiembre de 2007

sueño, luego existo

Prestamos muy poca atención mientras dormimos al pensamiento que se desenvuelve en nuestros sueños, sin embargo estamos cansados de repetir las mismas respuestas no válidas y desgastantes. Renunciamos a una fuente de extraordinaria riqueza en respuestas creativas y curativas.

Sueño a menudo con Londres, que es una ciudad que representa para mi una válvula de escape, y un lugar a la vez excitante y protector –allí está Manolo, que representa eso mismo para mí-. Es la tierra de las posibilidades, donde cualquier cosa puede ser. En mi fantasía, en Londres, soy un hombre nuevo.

Soñé que estaba en Londres, en Saint Martins in the Field y alrededores, cuando mi hermana Teresa y mi hermano se atrevieron a contarme la verdad: tenían una relación, eran novios. En contra de lo que se podía esperar, la noticia me dejaba un poco indiferente. Solo pensé que me tocaba adaptarme a la nueva situación y, como de pasada, pensé que deberían contárselo a mi cuñado.

Bajamos al metro que consistía en entrar por un agujero muy pequeño a fuerza de golpearse contra él. Los que estaban delante de mí se estrellaban al menos tres o cuatro veces, dolorosamente, antes de pasar. Vi la determinación de todos a hacer lo mismo y, con vergüenza, dije que yo no entraba.

Me armé de valor y volví a salir a la superficie, mis hermanos me acompañaban. Y salimos al Támesis. El día era precioso y tomamos una barca que nos llevó en un agradable viaje hasta donde ya no recuerdo.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Proyecciones animadas

Ayer me dijo Miguel que me volvía a encontrar muy quejón y es cierto. Hablamos, pues, acerca de esto y de cómo la queja me sirve para no salir adelante en ciertas situaciones o para cambiar de rumbo.

Recogí a mi sobrina Cristina, nos fuimos a pasear a Kun y depués la invité a cenar a Enma y Julia. Apenas la conozco, la verdad. De todas mis sobrinas es a la que menos he tratado y la conversación no era muy fluida. Intenté no forzar nada y así empezamos a acomodarnos en momentos de silencio también.

Comenzó contándome cosas de su nuevo novio y, mientras las escuchaba, tuve que hacer esfuerzos por no juzgar, moralizar y, sobre todo, tuve que ocultar mi asombro. De lo más normal que escuché es que el chaval está en libertad vigilada –y no viene al caso que yo cuente aquí el por qué-.

Algo de emoción ví en sus ojos cuando hablaba de él, pero sobre todo había pena, lástima y ganas de salvarlo. Me contuve para no preguntarle de qué quería que la salvaran a ella, qué estaba salvando de ella en él, en qué tormento andaba metida; pero no hubiese entendido nada y de nada hubiese servido.

Todavía sueño con Fabio y pocas veces han sido sueños reparadores, que me sirvieran para resarcirme o apaciguar mi dolor –alguno, solo alguno-, pero aún sueño que lo protejo, que le ayudo, que lo cuido. Y me pregunto por qué eso mismo no me lo hago a mí. Si sigo poniendo fuera aquello que no me gusta de mí, no podré ocuparme de mi necesidad y siempre encontraré a alguien en quien reconozca la carencia y a quien ayudar. Yo seguiré sin mi autocuidado.

martes, 18 de septiembre de 2007

Avião

Suelo soñar con lugares en los que nunca he estado, o anticipo en sueños sitios que más tarde visito. Me sucede a veces con Nueva York y me sucedió con Río de Janeiro.

Soñé una vez, hace más de siete años, que viajaba a Río. Estaba realmente emocionado, marchaba de un lado para otro preparándolo todo. Entre las cosas que tenían que estar a punto, había un pequeño coche de feria verde con el que haría el viaje; pero lo más difícil era llegar a él con mi maleta. En medio del camino me sucedían muchos inconvenientes que me lo impedían.

Recuerdo el agobio y la desesperación por llegar, pero sin saber cómo, aparecí en una playa de Brasil con mi prima Amparo y mis amigos Jesús y Veronique. Un sol naranja inmenso iluminaba la playa como si la prendiera fuego y yo caminaba, sin perderlo de vista, de espaldas a la marcha y frente a mis tres amigos.

Todo era regocijo hasta que vi cómo un avión de pasajeros se estrellaba en la playa, allá en el horizonte, donde alcanzaba mi vista. Me espanté y horroricé de esa visión. Grité y traté de llamar la atención de mis amigos que no conseguían ver nada, ni creer nada y seguían en el humor de la fiesta.

Me llevé las manos a la cara y lloré por todos aquellos que yo sabía muertos.

Ya no recuerdo más de aquel sueño.

Poco tiempo después viajé a Brasil y allí me enteré de una terrible noticia que sólo a mi me incumbía. Algo que cambiaría mi vida para siempre.

un embarazo de luto

Al llegar a Madrid descubrí que: mis padres no podían pagarme una residencia y que, aunque puediesen, con tan sólo dieciseis años no me admitían en ninguna. De modo que mi madre arregló pagarle a mi prima Carmen un dinero al mes por tenerme en su casa. Y así fue, me instalé en casa de Carmen y de Paco en Alcorcón.

Un matrimonio sin hijos era la mejor definición para aquella casa. Los hijos que no podían tener parecían que viviesen allí con ellos porque el aire era denso, como de desesperanza, era una casa ocupada por el duelo. Paco era un hombre alegre en apariencia, muy querido por todos, sencillo, tranquilo y muy aficionado a la Mahou. Carmen tenía cara de resabio, sonrisa de falsa satisfacción y una evidia que ocultaba a duras penas y que, de cuando en cuando, salía como a presión en comentarios que herían.


Mi prima me hablaba mucho del pasado, de historias de familia que yo no conocía por la evidente diferencia de edad. Sin embargo, su actitud, sus modos y sus palabras me hacían desconfiar de todo lo que me contaba. Una noche, en su casa, tuve uno de los sueños que más me han impresionado en toda mi vida. Dormía en mi cuarto, en la cama de abajo de unas literas, cuando se abrió la puerta de la habitación y vi entrar a mi tía Antonia, la madre de Carmen, muerta diecisiete años antes, por la que mi madre vistió de luto durante todo mi embarazo.

Estaba vestida como en la única foto que recuerdo de ella, de la boda de su hija mayor, un año antes de morir, y me llamó la atención que llevaba un collar de mi madre que yo no podía dejar de mirar casi hipnotizado. Se sentó en mi cama y pude sentir el pandeo del colchón con su peso.

Me mesaba el pelo. Yo estaba a gusto y así estuvo un buen rato, hasta que me dijo que perdonara a su hija Carmen, que estaba muy enfadada con ella, que no era conmigo.

No recuerdo más y por entonces no entendí mucho del sueño. Sin embargo, años después, cuando murió Paco, entendí todo.

lunes, 17 de septiembre de 2007

adults only

Ayer no me di cuenta que empezaba este blog el mismo día en que llegué a Madrid hace veintiún años. He pasado más años aquí que en Mérida y reconozco esta ciudad como mi casa.

Alguna vez fantaseo con irme de aquí, y siempre es a Londres con Manolo. O de mayor volver al terruño, y nunca es a Mérida sino a una pequeña casa en un encinar en Extremadura.

Las fantasías no son más que eso; pero éstas, en concreto, me sirven para darme cuenta de que si quiero, puedo. Para recordarme que hay otras alternativas en mi vida que lo que estoy haciendo.

Hace veintiún años, una noche de verano en una casa de campo que tenían mis padres, hablé con mi madre y le dije que quería ir a Madrid a estudiar. No hubo ninguna objeción, por el contrario, recibí su apoyo incondicional. Y tanto que era así, yo tenía dieciséis años y apenas sabía lo que hacía, mi madre sin embargo sí sabía. Era ella la que se plantaba en Madrid a estudiar. A mi madre le ha costado saber que ella y yo no somos la misma cosa, a mí también.

Con el tiempo y no sin algún disgusto, nos hemos situado en otro lugar. Ahora somos dos adultos. Yo tengo mi vida y ella la suya (y la de mi padre).

domingo, 16 de septiembre de 2007

la maldición de su nombre

Francisco era el nombre de mi abuelo materno que nunca conocí. Murió mucho antes de que mi madre se hubiese casado. Era alcohólico y jugador, me imagino que además se le iría la mano con mi abuela, que era mucho más joven que él.

Mi abuela Ana se casó con él, coaccionada por su madre, cuando tenía tan sólo diecinueve y él más de cuarenta y una hija de trece. Al parecer, un par de pequeños capitales que se sumarían para hacer uno mayor fue la razón de todo.

Sin embargo, la historia no ocurrió como estaba prevista y arrastraron una vida miserable no sólo ellos, sino también los seis hijos que tuvieron, entre ellos mi madre.

Todos los hijos de mi abuela, menos mi madre y su hermano Eduardo, tuvieron un primogénito varón, y a todos les bautizaron con el nombre de Francisco. Todos han repetido de una u otra forma la vida del abuelo que no conocieron.

Hace dos noches soñé que salía del baño en casa de mi madre e iba para el salón, que era mucho más grande de lo que es en realidad. No tenía pared en el lado derecho, sino que estaba abierto a una especie de bosque. En el salón había un sofá y en el lado contrario un camastro. Nada más. En el sofá estaba sentado mi tío Avelino, hijo menor de mi abuela Ana, en el camastro descansaba mi primo Francisco, su primogénito.

Yo caminé hacia el camastro, me saqué la polla y me puse a mear encima de Francisco, sin dudas sobre lo que hacía y pretendiendo que nadie, ni él mismo, se enterase. Y no fue él quien me llamo la atención sobre mi conportamiento, sino que fue mi tío. Entonces, fingí que me importaba lo que había hecho, que estaba arrepentido, que no tenía explicación ni excusa.

Sin embargo, estaba contento de haberlo hecho, me sentía fuerte y libre.