miércoles, 20 de febrero de 2008

la galaxia maestra

Me siento tan vivo. No imaginé que me podría encontrar con alguien que me declara su amor. Como de otros tiempos. Los caminos que pensé que ya nunca más volvería a pisar están debajo de mis pies. Y marcho con alegría.

Creo que no le he dejado dormir mucho, estaba agitado. El generoso Albert, Albert el dulce.

Cuando me dormí apareció Miguel, radiante, con los ojos de un tigre que va de caza. Con la mirada afilada. Sonreía. Su sonrisa era como la de una galaxia entera que acaba de surgir de la nada. Me contagiaba.

Me dió la mano y me enseñó un rebaño de espirales azuladas y blancas, de nuevas galaxias que yo nunca había visto. Y sonreí yo también. ¿Qué otra cosa podía hacer si lo que me mostraba eran todos los secretos que encierra el universo? Era amor

martes, 19 de febrero de 2008

como si

Al principio de este año 2008 tuve un sueño que escribí y guardé. No he sentido la necesidad de llevarlo al blog hasta hoy. Recuerdo que me inquietó mucho. Quién sabe por qué.

En mi sueño, estoy con Nieves y me siento incómodo. Me incomoda su compañía y siento que a ella también la mía. Hacemos como que sí, pero no. La conversación es forzada y me disgusta la situación.

Tenemos que marchar en dos coches. Ella sube con Jesús y Mila. En mi coche vamos Sara y yo. Hemos quedado en encontrarnos en Moncloa. Al llegar, Sara y yo, aparcamos en la puerta de un bar donde antes trabajó ella -según me contó- LA ESCONDIDA. En la espera sucenden cosas y hablamos de cómo nos sentimos. Es una conversación aparentemente amorosa y falsamente emocionante, sobre cosas no muy verdaderas.

Como Jesús tarda más de lo normal, decido llamarle al móvil y es cuando me entero de que no piensa acudir a nuestra cita. Ha cambiado de idea, de rumbo. No me resulta extraño hablar con él al móvil y, pese a la distancia, poder verlo de pie, muy erguido. En su mirada veo una trampa, que no está siendo sincero. Me armo de valor y le digo que siento que no me dice la verdad, que me oculta cosas deliberadamente. Y responde con una historia que es sólo una pequeña parte de su verdad y reflejo sólo de uno de sus movmientos auténticos: ha decidido no reunirse con nosotros para estar a solas con Mila, a quien pretende cortejar. No puedo ocultar mi malestar.

Sara y yo nos vamos a la Plaza de la Moncloa, una plaza rectangular con casas bajas de fachada de piedra que son de mi agrado. Allí estamos con una pareja que no conozco y Kun, mi perro, que aparece de repente. La curiosidad me puede y empiezo a dar enormes saltos para sobrevolar los tejados de las casas y ver sus plantas, cuando Sara se apresura a decirme que no son tan encantadoras como me parecen a mí, que son más bien pequeñas.

La chica de la pareja acurruca un tordo en su mano mientras grita que Kun tiene hambre y hay que darle de comer. De nuevo reparo en Kun, que es ahora visiblemente más pequeño y juguetón, cuando la chica se acerca al perro y le mete el tordo por la boca como si se tratase de una anaconda. Me quedo paralizado viendo a Kun engullendo al pájaro. Está tumbado sobre un costado, medio moribundo, llevando sus patitas a la tripa en un movimiento lento y agonizante. Yo no hago nada.

lunes, 18 de febrero de 2008

el uno, ni el dos, ni el tres, sino el cuatro

Estaba en consulta con Felipa, mi paciente. Yo ocupaba el centro de la habitación y ella estaba sentada en una esquina en el suelo, con la barbilla apoyada en las rodillas, hecha un ovillo, como aparecen los locos en las pelis. Al tiempo, yo estaba haciendo algo al portátil que me despistó de lo que era lo importante: mi paciente. En seguida reaccioné. Comencé a trabajar con ella su postura corporal, preocupado por mi tremendo despiste.

Cuando fui al metro, me acompañaban Jesús y un chico que no conozco. Este chico me admiraba, e incluso me quería. Yo, sin embargo, no sentía gran cosa por él. Más bien engordaba mi vanidad.

Entonces la señora que vigilaba la entrada del metro nos impidió entrar por "razones de raíz". Y discutí con ella que eso no eran razones y que además las consecuencias de no dejarnos entrar eran mayores para nosotros que el beneficio que le reportaba a ella mantener a toda costa sus preciadas razones. Me entendió y nos dejó pasar. Y me exhibí delante de Jesús como un excelente negociador frente a su contínuo fracaso.

Una vez en casa de Jesús preparé yo algo de comer. No recuerdo bien qué, pero al llevarmelo a la boca, de una pequeña mota de color oscuro aparecía un enorme gusano amarillo y marrón repugnante. Me horrorizó, me asqueó y sentí mucha rabia. ¡Qué desidia la de Jesús que tiene comida putrefacta en casa!.

Él estaba tranquilo, no parecía inmutarse mucho por lo que sucedía. Y es que en realidad, el gusano sólo aparecía en los trozos que yo me llevaba a la boca. Con buenos modos y mucho cuidado me apaciguó.

Fue entonces que me dijo, con una voz de sabio profeta, que mi novio es sólo un hombre de transición, que no será el uno, ni el dos, ni el tres, sino el cuatro el que será un amor de verdad.

jueves, 14 de febrero de 2008

hay luna llena, un hombre camina por ella

Lloré sin consuelo cuando me dijeron que mi hermano había muerto en la guerra en Croacia. Veía su cadáver y un dolor hondo me hacía morir. Me quedé seco, como si de repente un acceso de fiebre me dejara sin lágrimas, sin saliva, los ojos secos, la piel muerta, arrugada. Me consumía, estaba acabado.

Mi padre había muerto tiempo atrás, ahora mi hermano.

Ya no quedan hombres en la familia aparte de mí. Estoy solo. Debo seguir viviendo en una familia de mujeres, la familia de mi madre y sus hijas y sus nietas. Sin mi hermano estoy agotado, la fuerza masculina de la familia es ya la mía.

Yo solo para compensar esa energía femenina -ya y siempre descompensada en mi casa- que ha vuelto locas a mis hermanas y a mi madre.

martes, 12 de febrero de 2008

el mendicante

En la fiesta familiar todo el mundo se preparaba para la parte más dura de la reunión. Era el momento del rito. Ya amainaba el jolgorio. Cada uno buscaba su lugar y yo hice lo propio. Me subí en un autobús, me remangué la camisa y me dispuse a extraerme la sangre con una jeringuilla.

Pero me detuve en seco. Si me aterroriza ver como me pinchan otros, de qué modo iba a hacermelo yo solo sin sufrir un mareo. No podía. Y me avergonzaba reconocerlo. Me resultaba más duro pedir ayuda que taladrarme el brazo y caer desmayado hasta que me viera alguien.

Qué débil me sentía, me temblaba la mano, pero más aún la voz.

Y desperté. Preferí despertar antes que pedir ayuda.

de levedades

"He terminado mi desayuno y desde el sofá. Con el portátil sobre las piernas, los pies helados y un pañuelo sacamocos comienzo a poner en orden mi vida de anoche, mientras dormía. Un maravilloso paisaje toscano, con trigales ya tostados y salpicado de cipreses. Las colinas suaves hacía..." Así comencé a contar mi sueño el pasado sábado por la mañana.

Dejé de escribir para encontrarme con Albert. Despuñes de un intenso fin de semana acompañado por él apenas me queda memoria para relatar el sueño; sin embargo, algo sigue en el recuerdo.

Resulta que viendo un maravilloso campo de trigo, Amparo me contaba que no sabe hacer un buen contacto con la gente que conoce por internet. Escenificaba sus desatinos con gestos exagerados hasta que, de tanto ímpetu, caía ladera abajo, rodando por los trigales. Y yo, explotaba de la risa. Nada era grave, ni su caída.

domingo, 10 de febrero de 2008

albert

Quizá fuese el Nuncio, pero como tal no lo recuerdo. Semejanzas hay, pero no tengo la sensación de que ese fuese el lugar.

Lo cierto es que era un día de sol de primavera y yo estaba en la barra del bar-restaurante pidiendo comida y bebida para la mesa donde estaban mis amigos. Llevaba y traía platos entre risas y bromas. Quizá estuviese por allí Satry, pero no lo recuerdo bien. Y si recuerdo a Pedro y a Toña.

Sucedió que, en una de las comandas que hice al camarero, pedí un plato para mi tía Ana -que ha fallecido hace menos de un mes- y cuando lo trajo, miré a mi derecha y muy separada de nsosotros, en una silla y frente a una mesa blancas, estaba mi tía sentada.

Tenía la cara de satisfacción que tuvo siempre. Con esa gran sonrisa que le hacía cerrar los ojos y, al acercarme a ella con su plato, sonrió. "Ay mi Josantonio", dijo. Me senté a su lado y comimos juntos. En su compañía me olvidé de mis amigos, no sentía la necesidad de acabar pronto y dejarla. Ya no estaba mi humor en la algarabía de la mesa de mis amigos.

Comiendo con Ana me sentía en paz y estando donde quería estar.

PD: A los Valverde. Tenía presente llamaros este fin de semana, pero estuve con Albert. Donde quise y debía estar.

jueves, 7 de febrero de 2008

el cerdo

En un salón inmenso se celebra algo. Todo en él es humilde, más bien pareciera un establo acondicionado para acoger a personas, como un granero convertido en pista de baile.

La gente acude hasta que el salón está repleto.

Mi padre es el oficiante, el homenajeado, el anfitrión y por extensión toda su familia. En especial recuerdo a Manoli, su sobrina, mi prima.

Yo no me siento en el humor de la fiesta. Estoy vigilante. Presiento que acontecerá algo inesperado, sin embargo nadie aparte de mi parece advertirlo.

Hay un voladizo de madera sobre la nave principal de donde no aparto la vista. Se que allí hay algo oculto, y que yo debo conocer.

Hasta allí me llego para comprobar que hay una masa de carne enorme, repugnante, monstruosa. Es una gran víscera encerrada en una fina piel translúcida. Está vivo o viva, respira.
Intento ver qué demonios es aquello conteniendo las ganas de vomitar: es un cerdo

Es un cerdo inmenso y entiendo en ese momento todo. Es el día de la matanza. Pienso en mi padre y siento mucha ira. ¡Cómo ha dejado engordar a ese animal de esa forma!


miércoles, 6 de febrero de 2008

soñando ilusiones

Me dejé embaucar de nuevo. Me embelesé con sus cantos en la lengua de los orubas. Entendí que decía “Babalú ayé”. Me encandilé viendo cómo leía su porvenir con las cartas del Tarot al tiempo que entonaba cantos. Le miré bien y reconocí al Chino, al del Pica-Pica. Sin embargo los sentimientos que me despertaba en nada tenían que ver con el Chino que yo conocí.

Era como un día de fiesta, de feria. Inés y su familia andaban por allí. Ella fue quien me animó a acercarme a él y a ofrecerme como ayuda. Así lo hice y, aunque no recuerdo en qué debía ayudarle, me enojé mucho porque no quería hacerlo. Y lo peor, no podía.
Era un engaño. De mí sólo quería ayuda y la consiguió con esfuerzo ninguno. Todo lo ponía yo, hasta la ilusión para comprobar que detrás no había nada.
Otro astuto. El mismo despistado. Ganancias y pérdidas. Todos los esfuerzos sinceros realizados para controlar la situación son en vano.
La mejor acción es la aceptación de esa situación. Desastre o fracaso es una realidad, haciendo vano todo intento moral de alterar esa realidad.