jueves, 7 de febrero de 2008

el cerdo

En un salón inmenso se celebra algo. Todo en él es humilde, más bien pareciera un establo acondicionado para acoger a personas, como un granero convertido en pista de baile.

La gente acude hasta que el salón está repleto.

Mi padre es el oficiante, el homenajeado, el anfitrión y por extensión toda su familia. En especial recuerdo a Manoli, su sobrina, mi prima.

Yo no me siento en el humor de la fiesta. Estoy vigilante. Presiento que acontecerá algo inesperado, sin embargo nadie aparte de mi parece advertirlo.

Hay un voladizo de madera sobre la nave principal de donde no aparto la vista. Se que allí hay algo oculto, y que yo debo conocer.

Hasta allí me llego para comprobar que hay una masa de carne enorme, repugnante, monstruosa. Es una gran víscera encerrada en una fina piel translúcida. Está vivo o viva, respira.
Intento ver qué demonios es aquello conteniendo las ganas de vomitar: es un cerdo

Es un cerdo inmenso y entiendo en ese momento todo. Es el día de la matanza. Pienso en mi padre y siento mucha ira. ¡Cómo ha dejado engordar a ese animal de esa forma!


2 comentarios:

Pedro Valdés dijo...

seguro que se te pasó nada más probar las tajadillas ¡qué rico!

José dijo...

puaj!