martes, 27 de noviembre de 2007

quepicotienelapepa

Un par de copas de Verdejo y una de Champagne, algo de sopa, foie, jamón y un pedazo de tarta han estado dando vueltas en mi estómago toda la noche. A eso de las nueve de la mañana lo he vomitado todo.

Así empiezo el día en que cumplo treinta y ocho años. Limpito. Soltando lo que no me hace bien.

En mi cama, dando vueltas con mi malestar, he tenido muchos sueños.

SUEÑO 1
Intento clasificar a Javier, el novio de María, por tecnología de detección de gases.

SUEÑO 2
Se casa uno de los hijos de mi prima Ana en una vieja casa rodeada por un cañaveral junto al Guadiana. Me entristece esa familia, que no guardan ni un poquito de amor entre ellos. Antonio, su hijo segundo, camina delante de mí y puedo ver la piel de su espalda que está abrasada y desprendida como una vieja funda de coche. Otro de sus hijos es un muñeco de peluche al que yo le he caído en gracia y que no se despega de mí.
Me digo a mi mismo que el parecido de mi prima Ana y de mi abuela Ana en el carácter es asombroso. Siento lástima por ella

SUEÑO 3
Donde está emplazado el Senado había un castillo inmenso, sus dimensiones son colosales. Está pintado en rojo sangre y desde fuera lo reconozco como un lugar habitual en mis sueños. Acababa de salir de su interior donde estuve formando parte de un montaje operístico. Era figuración y recuerdo que teníamos que arrastrarnos por el suelo vistiendo unas túnicas blancas. Era un momento excitante donde me sentía verdaderamente un artista.

Suena el teléfono a cada rato. Muchos amigos y amigas que me felicitan. De todas las llamadas me ha hecho especial ilusión la de Veronique, que se va a abrir un blog de cine que se llamará quepicotienelapepa.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

manipŭlus

Al ser manipulados dejamos la puerta abierta de la culpa también. Se cuela por esa rendija y, tal como no somos conscientes de que nos manipulan, desconocemos por qué motivo nos sentimos culpables, pero así es. A veces, hasta encontramos la razón de la culpa buscando una acusación contra nosotros mismos que nos parezca creíble.

Querer que hagan algo por nosotros sin pedirlo es una manipulación. Evitamos pedir, evitamos hacernos responsables de nuestras necesidades y, por supuesto, de movernos a satisfacerlas. El siguiente paso es pensar que el otro debe hacerlo por mí, incluso sin ni siquiera sugerirlo: “me debe intuir”, “me gustan las sorpresas”, “están pendientes de mí”.

Nos complicamos aún más cuando, además, nos retiramos sin haber movido ni un solo dedo por nosotros mismos y, al intuir que el resultado no será el esperado, sufrimos un abandono que no es real –somos nosotros los que nos hemos retirado-, o rabia por haber sido excluidos.

Sin la manipulación todo es más sencillo: “si delante del frigorífico pienso si tengo hambre o no, es que no tengo hambre”. Que las circunstancias me impiden estar contigo me lleva a la tristeza, si al final he llegado a la rabia es que en algo me perdí por el camino.

jueves, 15 de noviembre de 2007

for the masses

Estuve colocando las cajas de vino, cava y licores para llevarnos a la casa del pueblo para la fiesta y escuchando música de baile mientras tanto. Estaba contento y Kun, muy susceptible a la alegría, comenzó a mordisquearme los pies y a perseguirme por la casa.

De modo que me serví un Negroni y todo subió de intensidad, de modo que me serví otro y uno cortito después. Y me vestí y me bajé a un bar que está a dos minutos de mi casa en el que hay que entrar en calzoncillos (underwear, lo llaman ellos).

Eran poco más de las once de la noche y no había nadie excepto el camarero y el portero. Me pedí una cerveza y clavé los ojos en una pantalla gigante de videos porno. De ningún modo quería darme cuenta del ridículo que sentía allí sentado, en un bar vacío y en calzoncillos.

Me dije que en cuarenta y cinco minutos si no venía nadie me marchaba. Eso hice aunque hubo un encuentro satisfactorio con el camarero que no me apetece contar.

Y soñé con esta chica del otro grupo que es muy apocadita, la canaria. Estaba tumbada y yo a su lado, vestidos. Percibía su tensión al principio y cómo se relajaba después, lo mismo me sucedía a mí. Con gestos me indicó dónde debía estar mi mano y a qué ritmo moverse. Estaba cada vez más excitada mientras yo apenas sentía nada, más preocupado en hacerlo bien que en abandonarme al placer. En la pared de enfrente había una pantalla con videos porno en el que un tío le hacía un fisting muy extraño a otro. Con su mano le recorría la espalda debajo de la piel.

Me desperté con cabreo. ¿Cuándo dejaré de preocuparme por hacerlo bien y ocuparme de mi placer? Sigo pendiente de la audiencia

martes, 13 de noviembre de 2007

madre

Soy un hombre, no tu niño. Aquello ya pasó.
Tengo casi cuarenta años y hace muchos ya que vivo en mi casa, no en la tuya.
Vivo en mi casa solo y yo solo, peor o mejor, la gobierno.
Exactamente eso hago con mi vida, que sólo a mi me pertenece.
En mi casa me protejo, es mi espacio de sanación y no permito que en ella entre la guerra. Aún menos las ajenas.
Tus hijos son mis hermanos, pero son tus hijos.
Las guerras de tus hijos a ellos les pertenecen.
Tu casa no es la mía, ni tus problemas los míos. No soy el padre de tus hijos.
No intentes manipularme más porque eso me aparta de tí y quiero estar cerca.
Estar a tu lado no significa ser tú ni ser de tu propiedad.
Estar contigo y amarte es lo que quiero y me conviene. Déjame hacerlo.

lunes, 12 de noviembre de 2007

¿dónde estás, Mano-Lin?

Soñé que estaba en Shangai, una ciudad que no conozco. Allí, conmmigo, estaba toda mi familia. La casa era una casa de campo llena de luz y acordamos salir a conocer la ciudad. A pesar de la luz de la casa, en la calle estaba anocheciendo. Tomamos un taxi hacia el centro pasando por infinitud de favelas, rascacielos, edificios coloniales, y pagodas. También crucé un puente de una altura de vértigo sobre la desembocadura de un río inmenso.

Al llegar al centro de la cuidad había perdido a mi familia y comencé a caminar entre una multitud de carromatos, bicicletas y peatones que se entrecruzaban sin rozarse para mi absoluto asombro. No sabía hacia donde ir, pero tenía la certeza de que hiciese lo que hiciese me acabaría perdiendo, no encontraría el viaje de vuelta. Eso no me preocupaba lo más mínimo , quizá porque volver no fuese algo importante.

Mientras caminaba apareció mi jefa, que tampoco me causó sorpresa. Está asustada del barullo de la cuidad y no se bien por qué pero tengo la sensación de estar protegiéndola. Las calles son cada vez más estrechas y huele a comida que me despierta un apetito voraz.

sábado, 10 de noviembre de 2007

día de difuntos

Era una gran sala circular vacía de gente. Los que por allí andábamos nos escondíamos en pequeñas salas como váteres que formaban su anillo exterior. La sala circular central estaba vacía, con un suelo de madera impoluto como si nadie lo hubiese pisado jamás. Era un bar porque yo sabía que así era, aunque nada lo definiese como tal.

Yo estaba en una de esas salas-aseo como está un torero antes de salir a la plaza, recogido.

Sucedieron después cosas que me despistaron de aquello que estaba por acontecer en ese bar y nos subimos a un coche Marta, Olga, MariU, Carmen y yo. Allá donde íbamos era para hacer algo en grupo pero antes debíamos pasar la frontera y cambiar dinero. Así fue y llegamos a algún lugar gobernado por un señor alto y gordo de carácter bonachón y firme.

A nuestra vuelta, antes de pasar la frontera de nuevo, detuvimos el coche para asomarnos a un acantilado de una altura extraordinaria y de una belleza imposible de describir. Apoyados en el muro, nos mirábamos y compartíamos la felicidad que nos regalaba aquella vista. Alguna de mis amigas me hizo reparar que, en la ladera de la izquierda de nuestra pequeña bahía, había al menos una docena de sepulcros como pequeñas capillas. Eran todos iguales, repartidos por la colina, la entrada era un arco mixtilíneo dorado con hermosos arabescos y estaban coronados por hornacinas similares a los remates de algunos edificios de la Gran Vía.

De una de estas sepulturas salía una familia, un hombre de unos sesenta años vestido de traje y sombrero parecía ser el doliente. Otra de mis amigas me recordó que era el día de difuntos.

Nada de aquello me distraía del gozo de la contemplación de aquel hermoso paisaje. Entonces fue que propuse que nos diéramos la mano y saltáramos al mar, que aunque un poco retirado por una playa de arena blanca, con nuestra fuerza lo alcanzaríamos. La caída entonces sería en el agua, sin peligro y con diversión garantizada.

Sin embargo todas me miraron sorprendidas de mi descabellada idea. Yo, tenaz, volví a la carga recordándoles el trayecto de coche que nos ahorrábamos y el paso fronterizo. Nada, de nada. No las convencí. Sin embargo callé mi secreto, lo más importante. Yo podía volar. Lo sabía porque lo he hecho muchas otras veces. Salto y vuelo. Nada malo me podría pasar, más bien todo lo contrario, sería otra experiencia maravillosa.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

gran hermano

El taller se impartía en los jardines de un castillo en ruinas que en otra época fue soberbio. Quedaban medio en pie dos torreones y apenas unos muros de inmensos bloques de piedra. Era de día, un día radiante que reverdecía aún más el color de la hierba fresca.

Carlota, MariU, Manu, todos estábamos trabajando con tesón en lo que Miguel nos proponía y para mí el disfrute era total. Me excedía en todo, al menos esa era mi sensación, poniendo afán en llamar la atención, en destacar, tanto que me llevaba a intensificar en demasía mi trabajo, aunque bien es verdad que nadie parecía advertirlo o ser molestado.

Uno de los trabajos consistía en ir en balsas de madera por el foso del castillo que estaba lleno de agua. En la balsa en la que yo navegaba, Carlota estaba asustada y, ni corto ni perezoso, para demostrarle que no había lugar para el miedo, la cogí por un brazo y la icé como a una bandera mientras me aseguraba, mirando con el rabillo del ojo, que todo el mundo me miraba.

Y aparecí en el Paseo de Cánovas de Cáceres, en un kiosco de prensa comprando el periódico cuando, para mi total asombro, vi en un paquete editorial, en el que se presentan los coleccionables, un libro escrito por mí. Estaba titulado “Mis vivencias en terapia” y se podía leer “3ª Edición, 50.000 ejemplares”.

Mi vanidad estaba de buen año pero sentí vergüenza de haber publicado algo tan íntimo. Además, sentía yo que con ese gesto estaba retando a Miguel, a quien yo le otorgaba el derecho a escribir en exclusiva.

martes, 6 de noviembre de 2007

sillón de segunda mano

Hace un tiempo que no hablo con mi hermana mayor y dudo mucho que eso vaya a cambiar porque no quiero contacto con ella. Eso me ha costado mucha pena, pero ya está más que asumido.

Soñé que estaba con ella subido en un coche deportivo descapotable negro. Ella conducía y yo estaba en el asiento del copiloto. Bajábamos la calle Jacometrezo para desviarnos a la Gran Vía. Era una tarde hermosa y me encontraba bien, aunque un poco extrañado. Tuve la necesidad de saber la hora y apunté con mi teléfono móvil al edificio de enfrente y, como si de un mando a distancia se tratara, en el edificio amarillo apareció un reloj digital que marcaba las 17.40

Mi hermana giró muy bruscamente para incorporarse a la Gran Vía y casi perdemos el sillón rojo de Miguel -en el que pasa su consulta- que estaba encajado en la parte trasera del coche. Hábilmente, lo atrapé con una mano y seguimos bajando la calle que parecía mucho mayor y más cosmopolita.

Pude ver un travesti de color con pelucón dorado que trabajaba en una cadena de restaurantes caminando con mucho desparpajo y dirigiéndose a nosotros. Sin embargo no recuerdo nada más.