Ya pasaba de la adolescencia cuando leí por primera vez The Happy Prince de Wilde.
Aunque ya conocía la historia por la televisión, me conmovió profundamente. El cuento en las palabras de Wilde, me hacía llorar de emoción.
Desde entonces siempre me acompaña la enseñanza de ese cuento, quizá porque, como hizo el Príncipe cuando vivía, yo ando demasiado ocupado llenando mi vida con cosas que me parecen muy importantes. Como él, me convierto en un autómata y me creo libre e incluso feliz, y es que estoy tan ocupado... Es solo en los momentos de enfermedad o tristeza, en donde estar ocupado no significa ya nada, en los que me doy cuenta de que todo aquello por lo que a veces lucho, no me libera del dolor ni me hace mejor. Me sucede que, si no he dado nada de mi mismo, en los momentos difíciles me encuentro solo.
Tal vez me ocupo más de cosas que me hacen esclavo y olvido lo que me hace libre: el amor. El poder transformador del amor ¿Cuántas veces por temor a que me hagan daño he encerrado mis sentimientos y me he convencido de que era incapaz de amar? Tal vez mi aspecto, despojado de lo que yo creo que es oro que me cubre, es lo que a ojos de los demás sea lo que en mi hay de bello. Quizá no varíe, pero dejo de darme a los demás por pánico a que me hieran y me convierta en un ególatra, que por miedo a vivir lo malo me pierda lo bueno.
¿Cuántas veces el miedo a no conseguir mis sueños hace que me encierre en lo que yo creo que es una fortaleza interior inexpugnable? Me niego así la felicidad por no enfrentarme a la frustración que tendría si no lo logro. Como el Príncipe Feliz, incluso tras la muerte, después de conocer una vida de lujo y vanidad, quiero saber que se puede caminar por otros senderos en donde las enseñanzas pueden convertirme en una persona más libres que no tiene miedo de ser feliz.