domingo, 14 de junio de 2009

el parto

Unas montañas lejanas, apenas sin vegetación, limitaban la inmensidad llana del bajío. El sol se estaba poniendo y la temperatura descendía con mucha rapidez. Me abrigué y volví con ellos. Al sentarme junto a mis compañeros, un resorte me hizo ponerme en pie de nuevo. Y comencé a caminar sin perder de vista la yuca debajo de la cual descansaban, bajo una lona.

Caminé y caminé cantando algo que nunca jamás volví a recordar. Confiaba en mí, en que no me perdería y en que volvería antes de que se hiciese de noche. Así fue. Y mientras caminaba sentí que mis pies eran de tierra, la misma que pisaba, y mis manos eran las mismas ramas con las que me encontraba a mi paso. Todo lo que me rodeaba era Uno solo, sin ningún tipo de división ni horizontal ni vertical, nada estaba diferenciado, sino solo en apariencia.

El Uno. Aquello que tiene todos los nombres.

Lo que me acompaña, eso que digo que soy yo, se había reducido tanto que apenas lo apreciaba. Sin embargo, no me sentía imperturbable, era un vaivén de emociones en las que me movía como sin rumbo aparente y a aquello me abandoné en la confianza de que un maestro me acompañaba.

"Conocí el bien y el mal, pecado y virtud, justicia e infamia; juzgué y fui juzgado, pasé por el nacimiento y la muerte, por la alegría y el dolor, el cielo y el infierno; y al fin reconocí que yo estoy en todo y todo está en mi". Hazrat Inayat Khan

2 comentarios:

mig dijo...

Esto es la experiencia eleusina en su faceta de quedarse al margen de larealidad. Cuando la muerte llega, slamente se lleva nuestras ropas.
El resto hace tiempo que ya no está, entre otras cosas porque nunca estuvo

José dijo...

esto que dices me pone los pelos de punta