sábado, 10 de noviembre de 2007

día de difuntos

Era una gran sala circular vacía de gente. Los que por allí andábamos nos escondíamos en pequeñas salas como váteres que formaban su anillo exterior. La sala circular central estaba vacía, con un suelo de madera impoluto como si nadie lo hubiese pisado jamás. Era un bar porque yo sabía que así era, aunque nada lo definiese como tal.

Yo estaba en una de esas salas-aseo como está un torero antes de salir a la plaza, recogido.

Sucedieron después cosas que me despistaron de aquello que estaba por acontecer en ese bar y nos subimos a un coche Marta, Olga, MariU, Carmen y yo. Allá donde íbamos era para hacer algo en grupo pero antes debíamos pasar la frontera y cambiar dinero. Así fue y llegamos a algún lugar gobernado por un señor alto y gordo de carácter bonachón y firme.

A nuestra vuelta, antes de pasar la frontera de nuevo, detuvimos el coche para asomarnos a un acantilado de una altura extraordinaria y de una belleza imposible de describir. Apoyados en el muro, nos mirábamos y compartíamos la felicidad que nos regalaba aquella vista. Alguna de mis amigas me hizo reparar que, en la ladera de la izquierda de nuestra pequeña bahía, había al menos una docena de sepulcros como pequeñas capillas. Eran todos iguales, repartidos por la colina, la entrada era un arco mixtilíneo dorado con hermosos arabescos y estaban coronados por hornacinas similares a los remates de algunos edificios de la Gran Vía.

De una de estas sepulturas salía una familia, un hombre de unos sesenta años vestido de traje y sombrero parecía ser el doliente. Otra de mis amigas me recordó que era el día de difuntos.

Nada de aquello me distraía del gozo de la contemplación de aquel hermoso paisaje. Entonces fue que propuse que nos diéramos la mano y saltáramos al mar, que aunque un poco retirado por una playa de arena blanca, con nuestra fuerza lo alcanzaríamos. La caída entonces sería en el agua, sin peligro y con diversión garantizada.

Sin embargo todas me miraron sorprendidas de mi descabellada idea. Yo, tenaz, volví a la carga recordándoles el trayecto de coche que nos ahorrábamos y el paso fronterizo. Nada, de nada. No las convencí. Sin embargo callé mi secreto, lo más importante. Yo podía volar. Lo sabía porque lo he hecho muchas otras veces. Salto y vuelo. Nada malo me podría pasar, más bien todo lo contrario, sería otra experiencia maravillosa.

4 comentarios:

Ababol dijo...

Viaje, fronteras, acantilado, sepulcros, salto, vuelo... un sueño denso con muchos matices y muchas situaciones que tú sabes interpretar mejor que nadie

claro que puedes volar

Ababol dijo...

tu sueño me ha inspirado, te lo dedico:

http://ababol.stripgenerator.com/2007/11/12/el-sueno-de-jose.html


un beso

Guilherme Friaça dijo...

yo también puedo volar. y cada vez más alto.

José dijo...

Joder, qué chulo
Y tú has dibujado eso? Así dibujas de bien? Estoy impresionado
Eres una artista integral
Beso