miércoles, 21 de noviembre de 2007

manipŭlus

Al ser manipulados dejamos la puerta abierta de la culpa también. Se cuela por esa rendija y, tal como no somos conscientes de que nos manipulan, desconocemos por qué motivo nos sentimos culpables, pero así es. A veces, hasta encontramos la razón de la culpa buscando una acusación contra nosotros mismos que nos parezca creíble.

Querer que hagan algo por nosotros sin pedirlo es una manipulación. Evitamos pedir, evitamos hacernos responsables de nuestras necesidades y, por supuesto, de movernos a satisfacerlas. El siguiente paso es pensar que el otro debe hacerlo por mí, incluso sin ni siquiera sugerirlo: “me debe intuir”, “me gustan las sorpresas”, “están pendientes de mí”.

Nos complicamos aún más cuando, además, nos retiramos sin haber movido ni un solo dedo por nosotros mismos y, al intuir que el resultado no será el esperado, sufrimos un abandono que no es real –somos nosotros los que nos hemos retirado-, o rabia por haber sido excluidos.

Sin la manipulación todo es más sencillo: “si delante del frigorífico pienso si tengo hambre o no, es que no tengo hambre”. Que las circunstancias me impiden estar contigo me lleva a la tristeza, si al final he llegado a la rabia es que en algo me perdí por el camino.

No hay comentarios: