martes, 12 de febrero de 2008

el mendicante

En la fiesta familiar todo el mundo se preparaba para la parte más dura de la reunión. Era el momento del rito. Ya amainaba el jolgorio. Cada uno buscaba su lugar y yo hice lo propio. Me subí en un autobús, me remangué la camisa y me dispuse a extraerme la sangre con una jeringuilla.

Pero me detuve en seco. Si me aterroriza ver como me pinchan otros, de qué modo iba a hacermelo yo solo sin sufrir un mareo. No podía. Y me avergonzaba reconocerlo. Me resultaba más duro pedir ayuda que taladrarme el brazo y caer desmayado hasta que me viera alguien.

Qué débil me sentía, me temblaba la mano, pero más aún la voz.

Y desperté. Preferí despertar antes que pedir ayuda.

1 comentario:

Marita dijo...

Eso te pasa por no soñar conmigo...