En la fiesta familiar todo el mundo se preparaba para la parte más dura de la reunión. Era el momento del rito. Ya amainaba el jolgorio. Cada uno buscaba su lugar y yo hice lo propio. Me subí en un autobús, me remangué la camisa y me dispuse a extraerme la sangre con una jeringuilla.
Pero me detuve en seco. Si me aterroriza ver como me pinchan otros, de qué modo iba a hacermelo yo solo sin sufrir un mareo. No podía. Y me avergonzaba reconocerlo. Me resultaba más duro pedir ayuda que taladrarme el brazo y caer desmayado hasta que me viera alguien.
Qué débil me sentía, me temblaba la mano, pero más aún la voz.
Y desperté. Preferí despertar antes que pedir ayuda.
1 comentario:
Eso te pasa por no soñar conmigo...
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