lunes, 18 de febrero de 2008

el uno, ni el dos, ni el tres, sino el cuatro

Estaba en consulta con Felipa, mi paciente. Yo ocupaba el centro de la habitación y ella estaba sentada en una esquina en el suelo, con la barbilla apoyada en las rodillas, hecha un ovillo, como aparecen los locos en las pelis. Al tiempo, yo estaba haciendo algo al portátil que me despistó de lo que era lo importante: mi paciente. En seguida reaccioné. Comencé a trabajar con ella su postura corporal, preocupado por mi tremendo despiste.

Cuando fui al metro, me acompañaban Jesús y un chico que no conozco. Este chico me admiraba, e incluso me quería. Yo, sin embargo, no sentía gran cosa por él. Más bien engordaba mi vanidad.

Entonces la señora que vigilaba la entrada del metro nos impidió entrar por "razones de raíz". Y discutí con ella que eso no eran razones y que además las consecuencias de no dejarnos entrar eran mayores para nosotros que el beneficio que le reportaba a ella mantener a toda costa sus preciadas razones. Me entendió y nos dejó pasar. Y me exhibí delante de Jesús como un excelente negociador frente a su contínuo fracaso.

Una vez en casa de Jesús preparé yo algo de comer. No recuerdo bien qué, pero al llevarmelo a la boca, de una pequeña mota de color oscuro aparecía un enorme gusano amarillo y marrón repugnante. Me horrorizó, me asqueó y sentí mucha rabia. ¡Qué desidia la de Jesús que tiene comida putrefacta en casa!.

Él estaba tranquilo, no parecía inmutarse mucho por lo que sucedía. Y es que en realidad, el gusano sólo aparecía en los trozos que yo me llevaba a la boca. Con buenos modos y mucho cuidado me apaciguó.

Fue entonces que me dijo, con una voz de sabio profeta, que mi novio es sólo un hombre de transición, que no será el uno, ni el dos, ni el tres, sino el cuatro el que será un amor de verdad.

No hay comentarios: