Me hospedo en la quinta planta del Hotel Carlton en Bratislava, junto al Slovak Philarmonik. Desde mi ventana veo a la gente cruzar la plaza Hviezdoslavovo con las manos en los bolsillos y el cuerpo echado hacia adelante, para cortar el viento gélido de invierno en este comienzo de otoño.
Aquí dentro se está muy a gusto, escribiendo ésto, tomando té y leyendo la apasionante vida de Alain Danielou. Me digo que no voy a salir a cenar, que me pediré algo de cena en la habitación, tomaré un baño y me iré pronto a la cama.
Mañana marcho para Budapest y estoy pensando en tomar el barco que va por el Danubio. Tardo muchas más horas pero tengo tiempo y me parece una pequeña aventura de la que disfrutar -si conoceis el libro que he mencionado antes podreis deducir qué influenciable soy-.
Quizá la noche me regale un sueño que me de alguna clave en estos días de decisiones importantes. Anoche soñé que la vida se me hacía más fácil de repente. Un hombre de unos cincuenta años que no conozco me dejaba una herencia. Este desgraciado bienhechor iba a morir pronto. Sin que yo percibiera en él ningún dolor y sin sentirlo yo, acepté.
5 comentarios:
y ¿por qué no habrías de aceptarlo?
uff...que lo veo tan claro, aunque la clave del sueño solo la tenga el que sueña.
Las mejores herencias son las que no duelen.
habla Guilherme, habla
Desde luego, es que Budapest te traslada a otros tiempos ¿eh?, ganas tengo de conocerlo oiga.
Disfruta
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