miércoles, 31 de octubre de 2007

instrumentos de percusión

Tuve un novio anoche en mi sueño. No recuerdo bien cómo lo conocí, aunque quizá fuese en la FNAC. Era alto y delgado aunque recio. Rubio con grandes ojos azules, el pelo muy corto, a cepillo, y con acento inglés al hablar. Me resultaba atractivo aunque no sintiese yo mucho entusiasmo a su lado. Digamos que éramos novios quizá desde hacía mucho y la pasión o el fragor de los primeros días ya se había esfumado. O digamos que, como siempre, las relaciones íntimas caen sobre mí como un peso gravoso, una responsabilidad –inventada- de cargar con aquello de la vida del otro que es difícil hasta para él.

El día que mi novio inglés daba su primer concierto en Madrid yo no podía faltar, a pesar de que fui hasta la sala sin mucha emoción, tan escasa como la que tenía él con que yo fuera. De modo que me llegué hasta la puerta del Auditorio Nacional y allí me encontré con Jesús que, aunque no recordaba haber quedado con él, me acompañaría. Él sí que estaba emocionado, excitado. Me dijo que ya había paseado al perro y lo encontré falsamente alegre, bellísimo con aquél abrigo de ante marrón que Mila me regalara por mi cumpleaños cuando vivíamos en Londres.

Al entrar me sorprendió ver a Olga que, al acercarse a mí para saludarme, fue interceptada por Lourdes que iba del brazo de su marido. Se aferraba a él como a una propiedad preciosa, un hombre más bajo que ella, sin rostro, vestido de azul y negro. Ella vestía una camisa de colores vivos y me miraba con cara de aparente bondad. Para mi sorpresa, Olga entró con ella en el Auditorio, cogida de su brazo, sonriente como siempre, fingidamente ufana.


Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo al encontrarme con Lourdes. Siento mi cuerpo estremecerse con la energía de ésta mujer que me resulta peligrosamente tóxica.

El Auditorio era un lugar inmenso y oscuro. Lo creía vacío hasta que me di cuenta de que había entrado por el anfiteatro y no por el patio de butacas. Al asomarme vi una muchedumbre esperando el comienzo del concierto. Sobre el escenario sólo había instrumentos de percusión y un micrófono.

Finalmente no se cómo suena mi novio en directo, porque no lo vi cantar. En lugar de eso, subió hacia donde yo estaba. Se tambaleaba, estaba totalmente borracho y sacó de su bolsillo una pastilla redonda y blanca, la puso sobre la mesa, la cubrió con el celofán de un paquete de cigarrillos y la machacó con un detector de gas de aluminio que sacó de su bolsillo. No sé que hizo con ella, imagino que la esnifó. Yo me convertí en un mero espectador, quizá por no hacer un juicio de lo que veía, quizá porque me desagradaba, quizá porque quería mantener mi relación con él a pesar de todo.

Me dirigí hacia un pasillo donde estaban unos zapatos color camel preciosos que le había prestado a Olga. Jesús me hizo notar que no eran iguales, que uno era de la talla 48 y otro de la 58, uno tenía una puntera redonda y otro una cuadrada muy fea. Me disgusté y le pedí explicaciones a Olga sobre mis zapatos. Me contestó con desidia que mi preocupación era exagerada y se alteró mucho cuando me dijo que ya me compraría otros.

No pude contener mi rabia y la llamé zorra e hija de puta. Entonces salió corriendo escaleras arriba, hacia el primer piso de mi colegio, gritando que yo era un maricón. Sentí que me había excedido, que mi rabia era desproporcionada y que debía pedir perdón. Aunque pensaba en mis zapatos, en el dolor que me producía que Olga no reparase en mí y en cuánto sufría al oír que me insultaban llamándome maricón.

1 comentario:

Guilherme Friaça dijo...

he leído de solamente 1/3 de los sueños son coloridos. siempre he soñado en colores. a tus sueños igual los veo tan coloridos...