lunes, 30 de marzo de 2009

en una galaxia lejana, en un planeta extraño


Frente a tres de mis compañeros de grupo, más bien dos de ellos, puesto la que la tercera andaba más ufana, en sus cosas, alcé mi mano y, con elegancia, introduje la yema de mis dedos en el agua de la vasija de cristal, los removí con energía pero suavemente y conseguí que surgieran unos hilos de color que daban vueltas como un remolino. Los asombré, yo mismo me asombré, intimamente no estaba muy seguro de que pudiera hacerlo.

A continuación, para mi regocijo, para seguir captando la atención de ellos y su admiración por mis poderes, soplé sobre las yemas de mis dedos para secarlas, supuestamente, pero conseguí volverlas incandescentes. De nuevo, estaban asombrados. Sin embargo yo, ya muy seguro de mí, sentía la arrogancia de ser un hombre tan poderoso y mágico.

Una de las chicas, la que desde el principio estuvo muy pendiente, me miraba aún retadora, incrédula; o al menos eso me parecía a mí. La agarré entonces por la cintura, la apreté contra mi cuerpo y nos elevamos juntos unos centímetros.

Al regresarla de nuevo al suelo despareció mi yo tan poderoso. En su lugar, un hombre pequeño, envidioso y peligrosamente expuesto miraba alrededor sabiéndose débil y al alcance de cualquier viento. El poder había desaparecido como absorbido por las miradas de los demás tras mi espectáculo.

En el desayuno, esta mañana, pensaba que no hay escape de la fuerza de expansión. Aunque intentara meterme en una madriguera y hacerme pequeño, la vida se abre camino empujándome a crecer. Recordaba la tarde de ayer, la vida me empapa de amistad, irresistible. Me empuja más allá de mis límites y disuelve la separación.
La vida se expande allá por donde encuentra un resquicio, la vida es expansión.

2 comentarios:

Victoria Gala dijo...

Y tú nos empapas de emociones...Un beso, encanto (en otro tiempo te habría llamado Picotasso, tacuerda?)

José dijo...

Vaya que si recuerdo, un abrazo.