lunes, 9 de febrero de 2009

el cartero y yo

Hasta que cumplí los 14 años vivimos en una planta baja, un piso de alquiler muy pequeño para los ocho que éramos, que a mi madre convenía. Era la lechera del barrio y la gente entraba y salía de mi casa a cualquier hora a por la leche, quesos, huevos, a contar penas y compartir alegrías.
Mi abuela, que siempre estaba en casa, se convirtió así en la portera del edificio. Colocaba un canto para que la puerta no se cerrara y se sentaba a hacer ganchillo detrás.
Dicen que el cartero, que siempre reparaba en mí, aconsejaba a mi madre que me llevara al médico porque mi cabeza siempre estaba vencida a un lado. Yo era un niño triste, así lo siento y lo veo ahora en las fotos. Y mi tristeza no fue otra cosa que abandono, falta de contacto. Me cuentan que pasaba muchas horas solo en la cuna mientras que mis hermanas, ya mayores, estaban en el colegio y mi madre trabajando.
Al parecer, con frecuencia e inexplicablemente, me daban unas fiebres altísimas que en más de una ocasión me dejaban inconsciente, con el consecuente susto para toda la familia. Imagino ahora que era mi forma de pedir que me tocaran más.
Y ya crecidito, aprendo de la importancia del contacto, de la oxitocina y de qué es sintoma una cabeza que no se sostiene. Ahora me toca a mí hacerme responsable de ésto.

No hay comentarios: