martes, 27 de enero de 2009

las montañas del bajío

A esta prima mía siempre le suceden desgracias. Se le prendió fuego la casa y sus hijas murieron calcinadas. Cuando me lo dijeron sentí un fuerte dolor en el pecho que no me dejaba respirar. Solo me aliviaba llorar y me abandoné al llanto durante horas.

Me encaminé después, más recompuesto, hacia la carnicería para comprar unas salchichas ya preparadas que vendía una mujer. Estaban hechas de carne de verdad y quería comprar para que comieramos todos. Al llegar me atendió la carnicera, sin embargo, en un momento en que me despisté desapareció y continuó atendiendome, displicente, su hijo.

No quiero esas salchichas que me estás poniendo -le dije al ver que me servía unas de aspecto desagradable-.

He venido hasta aquí por las otras salchichas, las que me servía tu madre -continué cada vez más enfadado-.

De nada servía mi protesta. El hijo de la carnicera, un chico moreno con mucho atractivo y muy poca simpatía por su trabajo, hacía justo lo contrario de lo que yo pedía y de muy mala gana.

Me marché enfadado y sin las salchichas. Para llegar al bajío, donde me esperaban los demás, tuve que cruzar el patio de la casa de mi tía Paula, pasando de largo por la habitación de donde yacía mi tío muerto. Tras pasar el portalón trasero, salí directamante a la cornisa del último piso del Edificio España que presidía todo el bajío con sus cientos de metros de altura.

Sentí un vértigo terrible. La cornisa era muy estrecha y el edificio, de piedra de Villamayor, era altísimo. Azotaba el viento y no había posibilidad alguna de volver atrás, debía seguir caminando por la cornisa. Estaba aterrorizado y preguntándome por qué razón siempre acabo haciendo lo mismo, encaramado en cornisas y lugares extraños de los que no puedo salir y que me aterran.

Me esperaban en el bajío, que ahora veía rodeando al edificio. Debía llegar cuanto antes, pero avanzaba apenas cuando me dí cuenta de que la cornisa terminaba en el chaflán. No había salida posible, solo volver atrás.

martes, 13 de enero de 2009

el tiempo pasa

Te tengo muy cerca, tanto que me cuesta enfocar para poder verte bien. Y no dejo de pensar que te pareces a él. Entre él y yo hay (hubo) un asunto pendiente. Entre tú y yo también, el mismo.

Me resultas bello, mucho. Y sin embargo, por momentos no me quedo con lo que veo sino que además demando lo que no me vas a poder dar. Lo hago en silencio, para no asustarte, ya me asusto yo.

Me pregunto qué más quiero de tí. Quizá que seas la horma de mi zapato, el alimento de mi ego, que no me sorprendas mucho y que me acabe aburriendo de tantas coincidencias entre tú y yo. ¿Quién será mejor? Qué batallas más absurdas.

Te miro y cierro los ojos. Ahora te veo sin mirarte y me veo también a mí. Ya no son mis ojos los que te ven.

Dentro, en silencio, me susurro una bella canción de Pablo Milanés



El tiempo pasa,
nos vamos poniendo viejos y el amor no lo reflejo como ayer.
Y en cada conversación, cada beso, cada abrazo,
se impone siempre un pedazo de razón.

Pasan los años y cómo cambia lo que yo siento,
lo que ayer era amor se va volviendo otro sentimiento.

Porque años atrás, tomar tu mano, robarte un beso,
sin forzar un momento, formaban parte de una verdad.

El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos y el amor no lo reflejo como ayer.
Y en cada conversación, cada beso, cada abrazo, se impone siempre un pedazo de razón.

Vamos viviendo viendo las horas que van muriendo,
las mismas discusiones se van perdiendo entre las razones.
A todo dices que sí, a nada digo que no,
para poder construir la tremenda armonía que pone viejos los corazones.

Porque el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos y el amor no lo reflejo como ayer.
Y en cada conversación, cada beso, cada abrazo, se impone siempre un pedazo de razón



No voy a poder dormir esta noche

viernes, 9 de enero de 2009

deslenguado

Mi primo Miguel me ha arrancado la lengua. Ha sido más preocupante que doloroso.


Sobretodo, me ha molestado que nadie le dijera nada. Me pareció que no estábamos sólos, que su madre estaba allí y lo vió y no hizo nada por ayudarme. No le recriminó nada.


Sin lengua me siento mutilado y sin la ayuda de nadie, desvalido. No puedo hacer nada por mí mismo.


Me he metido la lengua dentro de la boca en la esperanza de que se recomponga sola, que se vuelvan a unir los trozos. Caigo en la cuenta de que no hay sangre por ningún lado.


No me gusta mi primo Miguel. Es un niño enclenque y consentido, sin embargo quiero caerle bien. Es más una necesidad. Siento que estoy mejor con él y con sus padres que solo.


La lengua se ha regenerado sola y me siento más tranquilo y menos enfadado. Tengo la impresión de que ahora es mayor que antes, que ocupa demasiado espacio en mi boca. Quizá por eso estoy callado. Como un espectador de lo que sucede a mi alrededor.


Cuando suena el despertador me siento muy cansado. Me cuesta empezar el día. Eso me sucede a menudo, más de lo deseable. Es habitual que mis días empiecen con muy poca energía, o triste, o enfadado.


Cuento los años de colegio, que fueron muchos. Levantarme para ir a clase era como encaminarse al matadero.

miércoles, 7 de enero de 2009

en conserva

He vuelto de nuevo a las noches de insomnio.

Mi sueño se me hace muy difícil de atrapar y me voy detrás de los pensamientos. Uno tras otro me visitan sin que yo pueda hacer nada por evitarlos.


Cuando era pequeño, antes de dormir, gustaba de imaginar una gran ballena azul surcando el mar en la oscuridad de la noche. Apenas saliendo fuera del agua para ver la luna brillar sobre el océano entero. Me tranquilizaba saber que el animal se bastaba a sí mismo para recorrer en silencio miles de kilómetros. Lo imaginaba solo y en paz, haciendo lo que debe hacer sin ninguna otra distracción.

Empiezo a dudar si mi instinto de autoconservación no ha sido siempre determinante en mí y si mi autonomía, en el fondo, no es una dependencia frustrada.